Muerta, Wilma Montesi pasea por el mundo Por: Gabriel García Márquez, 1955

Por: Gabriel García Márquez, 1955

El cadáver de una chica italiana, Wilma Montesi, fue hallado cerca de la población italiana de Ostia, en el mes de abril de 1953. Lo que en los primeros momentos apareció como un accidente o un crimen sin mayores consecuencias, se convirtió en meses más tarde en el escándalo del siglo, cuando el magazine “Attualitá” reveló que Vilma había muerto, en realidad, a causa de excesivo consumo de opio en un exclusivo club social. Comenzó así uno de los más sensacionales procesos criminales en el cual aparecieron mezclados conocidos personajes.




Wilme Montesi
Una chica humilde, esta Wilme Montesi no era una gran belleza pero poseía el encanto juvenil de los 21 años. Y estab destinada a tener una popularidad sin precedentes.
La noche del jueves del 9 de abril de 1953 el carpintero Rodolfo Montesi esperaba en su casa el regreso de su hija Wilma. El carpintero vivía con su esposa, Petti María; con su hijo, Sergio, de 17 años, y con otra hija soltera, Wanda, de 25 años, en el número 76 de la Vía Taggliamento, en Roma. Es una enorme casa de tres pisos, de principios de siglo, con 400 departamentos construidos en torno a un hermoso patio circular lleno de flores y con una pequeña fuente en el centro. Sólo hay una entrada al edificio: un portón gigantesco con arcos de vidrios rotos y polvorientos. Al lado izquierdo del portón de ingreso al edificio está el cuarto de la portera, y encima de la portería una imagen del Corazón de Jesús, alumbrado por una bombilla eléctrica. Desde las seis de la mañana hasta las once de la noche la portera controla rigurosamente la entrada al edificio.
El primer paso
Rodolfo Montesi esperó a su hija, Wilma, de 21 años, hasta las 8.30. La prolongada ausencia era alarmante porque la muchacha había salido desde la tarde. Cansado de esperar, el carpintero se dirigió en primer término a la policlínica cercana, donde no se tenía noticia de ninguna desgracia ocurrida ese día. Posteriormente, de a pie, se dirigió a Lungotevere, donde buscó a su hija por espacio de dos horas. A las 10.30, cansado de la infructuosa búsqueda y temiendo una desgracia, Rodolfo Montesi se presentó a la comisaría de seguridad pública, en vía salaria, a pocas cuadras de su casa, a pedir ayuda para localizar a Wilma.
“No me gusta esa película”
Al oficial de servicio, Andrea Lomanto, el carpintero manifestó que aquel día, después del almuerzo, y aproximadamente a la una de la tarde, había regresado como de costumbre a su taller de carpintería situado en Vía de Sebino, N° 16. Dijo que había dejado en casa a toda su familia y que al volver, su esposa y su hija Wanda le habían manifestado que Wilma aún no había regresado. Aquellos dos, según el carpintero dijo que le habían dicho, fueron al teatro “Excelsior”, en el cercano Viale Legi, a ver la película intitulada “La Carroza de Oro”. Salieron de su casa a las 4.30, pero Wilma no quiso acompañarlas porque, según dijo, no le gustaba esa clase de películas.
A las 5.30, según dijo Rodolfo Montesi en la comisaría, la portera del edificio vio salir a Wilma sola, con una bolsa de cuero negro. Contrariamente a lo habitual Wilma no llevaba los aretes y el collar de perlas que pocos meses antes le había regalado su novio. El novio de Wilma era Angelo Giulani, un agente de la policía de Potenza.
La llamada de un extraño
Debido a que su hija había salido sin arreglarse contrariando su costumbre, y también desprovista de dinero y de documentos de identificación, Rodolfo Montesi formuló en la comisaría la hipótesis de que Wilma se había suicidado. La muchacha tenía, según dijo su padre, un motivo para suicidarse: estaba desesperada por la perspectiva de tener que abandonar a su familia y trasladarse a Potenza, después de su inminente matrimonio con el agente de la policía.
Sin embargo, Wanda, la hermana de Wilma, era de otro parecer: manifestó que la muchacha había salido sin arreglarse, sencillamente porque no había tenido tiempo. Tal vez, pensaba, había tenido que abandonar la casa a la carrera, después de una llamada telefónica urgente.
Sin embargo, había una tercera hipótesis: Wilma se había fugado con su novio y habían viajado a Potenza esa misma noche. Para establecer este hecho, Rodolfo Montesi llamó por teléfono Giulani, el viernes 10 de abril a las siete de la mañana. Pero el desconcertado carpintero no recibió otra cosa que la estupefacta respuesta de su futuro yerno. Giulani no tenía ninguna noticia de Wilma, salvo una carta que había recibido la tarde anterior. Esa carta no ofrecía ninguna pista. Era una carta de amor convencional.
Preocupado por la desaparición de su novia, Giulani se dispuso viajar inmediatamente a Roma. Pero necesitaba una excusa urgente para presentarla a sus superiores. Por eso le dijo por teléfono a Rodolfo Montesi que le pusiera un telegrama. Y Rodolfo Montesi le puso al otro día un telegrama dramático. En cuatro palabras, le decía que Wilma se había suicidado.
Un cadáver en la playa
Durante la noche del 10, la familia Montesi y la policía de Roma prosiguieron la búsqueda. Fue una búsqueda inútil, a la cual se unió después de la media noche el novio de Wilma, que se vino inmediatamente de Potenza. Nada se había podido averiguar hasta las siete de la mañana del día siguiente , sábado, cuando el albañil Fortunato Bettini se presentó en su bicicleta al puesto de policía, a decir que había una mujer muerta en la playa de Torvajanica, a 42 kilómetros de Roma.
Bettini contó a la policía que cuando se dirigía a su trabajo había visto el cuerpo en la playa, en posición casi paralela a la orilla, con la cabeza inclinada sobre el hombro derecho, y el brazo de ese mismo lado levantado y con la mano a la altura de la barba. El brazo izquierdo estaba extendido a lo largo del tronco. Al cuerpo le hacían falta la falda, los zapatos y las medias. Estaba vestido apenas con una combinación de punto color marfil, unos calzoncitos ajustados, de piqué blanco con pequeños bordados, y un sweter ligero. Atado al cuello por un solo botón, tenía un saco de fondo amarillo oscuro con hexágonos verdes. El saco estaba casi cubierto de arena y abierto como un ala en dirección de las olas.
Los muertos cambian de posición
La revelación de Bettini fue conocida por el agente de turno Andreozzi Gino. A las 9.30 de la mañana, se encontraban en el lugar del macabro hallazgo el carabinero Amadeo Tondi, el sargento Alessandro Carducci y el médico de la localidad Dr. Agostino Di Georgio. Encontraron que el cadáver no estaba en la misma posición en que dijo haberlo hallado el albañil: estaba casi perpendicular a la orilla con la cabeza hacia el mar y los pies hacia la playa. Pero no se pensó que el albañil hubiera mentido, sino que las olas lo habían hecho cambiar de posición.
Después de un sumario examen del cadáver, el doctor Di Georgio comprobó: a) Que se encontraba en estado de semi rigidez progresiva. b) Que sus características externas permitían pensar que la muerte se había debido al ahogamiento, ocurrido aproximadamente 18 horas antes del hallazgo. c) Que la conservación de la ropa y el aspecto exterior del cuerpo permitían descartar la posibilidad de una larga permanencia en el agua.
“¡Es ella!”
A las 11.30, el sargento Carducci puso un telegrama al procurador general de la república, anunciándole el hallazgo. pero a las 7 de la noche, en vista de que no recibía ninguna respuesta, decidió hacer una llamada telefónica. Media hora después se impartió la orden de levantar el cadáver y de conducirlo al anfiteatro de Roma. Allí llegó a la medianoche.
Al día siguiente, domingo, a las 10 de la mañana. Rodolfo Montesi y Angelo Giulani fueron al anfiteatro, a ver el cadáver. El reconocimiento fue inmediato: era el cadáver de Wilma Montesi.
II
En su informe del 12 de abril, el sargento Carducci expresó la opinión, con base en las conclusiones en el médico Di Georgio de que la muerte de Wilma Montesi había sido ocasionada por la asfixia del ahogamiento y que no se encontraban lesiones causadas por actos de violencia. Manifestó asimismo que, con base en el mismo informe, podían establecer tres hipótesis: accidente, suicidio u homicidio. Formuló a sí mismo la creencia de que el cadáver proveniente del sector de Ostia había sido arrastrado por el mar y restituido a la playa en las primeras horas de la noche del 10 de abril. El mismo informante manifestó que en la noche del 10 de abril se había desencadenado un violento temporal en el sector, y que posteriormente el mar se había mantenido en estado de agitación, por el efecto del viento que siguió soplando en dirección noroeste.
Media hora esencial
A su turno, el 14 de abril, la comisaria de seguridad pública de Salaria rindió su informe sobre la familia Montesi. De acuerdo co ese informe, la familia del carpintero gozaba de buena reputación. Wilma era conocida como una joven seria, de caracter reservado, y sin amistades, y estaba oficialmente comprometida, desde septiembre de 1952, con el agente Giuliani, trasladado pocos meses antes de la muerte de su novia, de Marino a Potenza.
De acuerdo con ese informe, el comportamiento de Wilma con su familia había sido excelente. Escribía con frecuencia a su novio, y la última de esas cartas, con fecha 8 de abril, copiada por ella en un cuaderno que fue secuestrado por la Policía, revelaba un afecto reposado y sereno.
La portera del edificio, según este informe, había estado de acuerdo con lo dicho por Rodolfo Montesi sobre la salida de la muchacha, salvo en un punto: la portera aseguraba que había visto salir a Wilma a las cinco. Rodolfo Montesi aseguró que había sido a las cinco y treinta.
Esa diferencia de media hora era importante, porque en Italia los trenes son vehículos puntuales. Y la doctoresa Passarelli, una seria irresponsable empleada del ministerio de la guerra, aseguraba haber visto a Wilma Montesi la tarde del nueve de abril en el tren de Ostia. Y el nueve de abril el tren de Ostia salió exactamente a las cinco y treinta.
LAS LLAVES DE LA CASA
La doctoresa Passarelli, habiendo visto en los periódicos la noticia de la muerte y las fotografía de Wilma Montesi, se presentó el lunes 13, muy temprano, a la casa de la familia, a contar lo que había visto el jueves. Dijo que Wilma había viajado con ella a Ostia, en el mismo compartimiento del tren,y que la muchacha no llevaba ningún acompañante. Nadie se le había acercado ni había conversado con ella durante el viaje. Según la doctoresa Passarelli, Wilma descendió en el Lide de Ostia, sin apresurarse, tan pronto como el tren se detuvo.
La policía avergiuó con la familia cuáles eran las otras prendas de vestir que llevaba Wilma cuando salió de la casa, además de las que fueron encontradas en el cadáver. Llevaba medias y unos zapatos de cuero de venado con tacones altos. Llevaba también una falda corta de lana, de la misma tela del saco hallada en el cadáver, y ligas elásticas. La familia confirmó que al salir de casa había dejado no sólo todos los objetos de oro regalados por su novio, sino también la fotografía de éste. Confirmó así mismo lo que había dicho la portera: Wilma llevaba una cartera de cuero negro, en forma de cubo, con mango de metal dorado. Dentro de la cartera llevaba una peinillita blanca, un pequeño espejo y un pañuelito blanco. También llevaba la llave de la casa.
Nadie sabe nada
Este primer informe de la policía manifestó que no se había suponer ninguna razón para el suicidio. Por otra parte, en la carta que había escrito a su novio el día anterior, no había ningún indicio de que hubiera pensado tomar una determinación semejante. Se estableció así mismo que ningún miembro de la familia, ni por el lado de la madre ni por el lado del padre, había sufrido trastornos mentales. Wilma gozaba de muy buena salud. Pero se suministraba un dato que podría ser de extraordinaria importancia en la investigación: el nueve de abril Wilma se encontraba en fase postmenstrual inmediata.
A pesar de las numerosas investigaciones, no pudo establecerse que la familia de Wilma tuviera conocimiento de un posible viaje suyo a Ostia. Su padre la había buscado insistentemente en el Lungotevere, creyendo que se había arrojadop al río, pero no pudo dar una explicación distinta de un presagio. Se estableció claramente que la familia ignoraba que la muchacha tuviera alguna persona conocida en Ostia. Se aseguró inclusive que ignoraba el camino y las conexiones de buses o tranvías que debía tomar para dirigirse a la estación de San Pablo, que es de donde parten los trenes de Ostia.
Enigma para peritos
En la tarde del 14 de abril, en el Instituto de Medicina Legal de Roma, los profesores Frache y Carella, del mismo instituo, practicaron la autopsia a Wilma Montesi. La policía presentó a los peritos un cuestionario, con el propósito de establecer la fecha y las causas precisas de la muerte. Y especialmente, se les encomendó la misión de determinar si el deceso había sido ocasionado efectivamente por el ahogamiento, o si la muchacha estaba muerta cuando se le arrojó al agua. Debía establecerse así mismo la naturaleza de las irregularidades anatómicas descubiertas en el cadáver, y la presencia eventual en las vísceras de sustancias venenosas o hipnóticas.
Se solicitó, también, a los peritos precisar, en caso de que la muerte hubiera ocurrido en realidad, a causa del ahogamiento, la distancia de la playa a que Wilma cayó al agua. Se les pidió establecer al mismo tiempo si la muerte pudo ser una consecuencia de condiciones fisiológicas especiales, o del estado de la digestión. Esta averiguación era importante, pues podría relacionarse con el hecho de que Wilma hubiera deseado lavarse los pies en el mar durante el proceso de la digestión.
Seis cosas para recordar
El 2 de octubre de 1953, los peritos dieron respuesta al cuestionario, en la siguiente forma:
1° La muerte de Wilma Montesi había ocurrido el “nueve de abril”, entre las cuatro y las seis horas de la última comida. De acuerdo con el examen, la última comida (que debió ser el almuerzo en su casa) se había verificado entre las 2 y 30 de la tarde. De manera que la muerte debió ocurrir entre las seis y las ocho de la noche, pues el proceso digestivo estaba completamente concluido. El peritazgo estableció que poco antes de morir, Wilma Montesi se había comido un helado.
2° La muerte había sido ocasionada por la asfixia de la inmersión total, y no por síncope dentro del agua. No se encontraron en las vísceras rastros de sustancias venenosas o hipnóticas.
3° En el momento de la muerte, la Montesi se encontraba en fase postmenstrual inmediata, es decir, en circiunstancia de mayor sensibilidad a un imprevisto baño de agua fría en las extremidades inferiores.
4° La presencia de arena en los pulmones, en el aparato gastro-intestinal, debía interpretarse como una prueba de que las asfixia había ocurrido en las proximidades de la playa, donde el agua marina tiene una notable cantidad de arena en suspensión. Pero al mismo tiempo, el contenido ferruginoso de esa arena no era el mismo del de la arena de la playa de Torvajanica, si no el de la arena de otro punto cercano.
5° Observaron, entre otras cosas, la presencia de pequeñas equimosis, de formas casi redondas, en la superficia lateral del muslo derecho y en el tercio superior de la cara superior de la pierna izquierda. Se consideró que aquellas equimosis habían sido causadas antes de la muerte, pero no se les atribuyó ninguna importancia médico-legal.
6° No se encontraron elementos que permitieran determinar si se trató de “una desgracia accidental”, un suicidio o un homicidio. La hipótesis de un accidente se fundó exclusivamente en la posibilidad de que Wilma Montesi hubiera sufrido un desvanecimiento cuando tomaba un baño de pies en las condiciones fisiológicas especiales en que se encontraba aquel día.

Por: Gabriel García Márquez, 1955


Anita Ekberg en una de las escenas más recordadas de La dolce vita.
Anita Ekberg en una de las escenas más recordadas de La dolce vita.
RAQUEL ESPEJO
Wilma Montesi era una chica italiana, de familia media, que apareció asesinada en la playa lejos de su escenario habitual. El asesinato será objeto de un análisis ensayístico por parte del autor, asesinato que a día de hoy aún no se ha esclarecido y que sin embargo produjo cambios estructurales en la sociedad de la época y tiene bastantes similitudes con los últimos escándalos amorosos de Berlusconi de hace pocos años y que aún colean en revistas y juzgados. Stephen Gundle nos ofrece, en La muerte y la dolce vita (Seix Barral), bajo una prosa fácil y exacta, todas las pruebas del caso, la relación de los hechos y el análisis antropológico de este asesinato que convulsionó a la Roma de los años 50, cuando el partido de la Democracia Cristiana y un joven señor de apellido Andreotti formaban parte de la cúpula política.
El asesinato incurre en negligencia desde los comienzos por parte de la policía, y de la mano de la corrupción política y jurídica enlaza con los bajos fondos, la mafia y su nuevo negocio: el contrabando de droga, tras la vuelta del famoso Lucky Luciano a su país y la noción de la omertà, el silencio cómplice, que se establece en todos los estamentos como relación clave entre ellos mismos.
La doble moralidad de la época nos introducirá en los escándalos sexuales envueltos en mentiras de carácter pantagruélico que a pesar de convertirse en scoop mediáticos no conseguirán despertar del todo a una sociedad recién salida de la posguerra.
El periodismo, eje central de esta novela de corte ensayístico, nos iluminará en los conceptos de aquellos años sobre la prostitución, la emancipación de la mujer, la hipocresía, los sórdidos fondos, la industria cinematográfica italiana, el boom urbanístico, el dinero fácil, las corruptelas y el nacimiento del paparazzo como periodista casi caníbal, parte fundamental del propio periodismo, que pretende actuar como revulsivo con el fin de esclarecer un caso que todos desean ocultar, incluida la Iglesia.
Mención aparte se merece el capítulo dedicado a Fellini y su neorrealismo anterior a su obra La dolce vita, así como el impacto que causó la cinta antes de terminarse, durante el proceso creativo y fuera de las colinas romanas en su proyección.
Cuando el lector llegue al epílogo donde el autor opina sobre el crimen, ya tiene tantos datos que probablemente él mismo haya decidido la muerte de la pobre chica. Tan obvio y tan oculto, el caso sigue sin resolverse, quizá porque en 1957 fue presentado como una enorme teoría conspiratoria y el tema puede analizarse como un capítulo particular de la historia social romana que tuvo lugar en un momento específico, cuando la sociedad aún estaba muy dividida y además acababa de salir de una dictadura, caldo de cultivo para el rápido crecimiento de los medios informativos. Sin duda, el género en el que se incluye la obra, el ensayístico y su explicación del tema, en este caso aportando un exhaustivo aparato documental, de forma libre y asistemática alcanza ampliamente al acto perlocutivo del habla afianzado por la capacidad del autor en mantener la voluntad de estilo desde el principio hasta el final propiciando la facilidad de su lectura.
Como llegó a decir Il Menssagero: «De todas esas terribles sospechas que atormentaban a la opinión pública no ha quedado nada: nada de orgías, nada de trata de blancas, nada de transportes de prostitutas, nada de nada».

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